Entre el encierro, el silencio y la soledad surge la cultura y el vínculo como alimentos indispensables de sentido. Chiqui González reivindica nuestra humanidad como fundante para imaginar una ciudad y una comunidad sensibles, comprometidas y felices.

Buen día, que te cuides y que puedas llenar el día de sentido“. La pantalla se ilumina, la mirada también. El mensaje llega a las siete, justo para endulzar la lucha matutina entre la pereza y la resignación. María de los Ángeles “Chiqui” González, su remitente, ya se levantó hace rato. Esa es una de las tantas frases que envía por Whatsapp a sus afectos al comenzar el día. Uno de los tantos hilos que tejen su red virtual de sostén en tiempos de aislamiento social preventivo y obligatorio, cuando hace setenta y dos días que vive sola en una casa vacía y grande: demasiado grande. Pasaron apenas unos meses desde que puso fin a sus 25 años en la función pública: primero como Secretaria de Cultura de la Ciudad de Rosario, después, como Ministra en Santa Fe. Cambió el hotel familiar donde dormía por su casa rosarina de toda la vida, donde crió a su única hija. Transmutó la palabra, aliada inseparable en su paso por el teatro y la docencia, en la invención del silencio. Vivía viajando: pueblos, conferencias, inauguraciones, congresos. Ahora solo sale (un poco a escondidas) para caminar la cuadra que la separa del volquete de la basura a las siete y media de la mañana. Entre sus otros destinos se cuentan un Pago Fácil, un mercadito chico y una verdulería. Rosario parece una ciudad de ciencia ficción. Y la ciencia ficción ya pasó de moda.
Las paradojas en tiempos de pandemia están a la orden del día. El silencio aturde y vacía el pensamiento. La televisión, entre la diseminación del terror y la monotonía, sobreinforma. Los días se salvan con sutiles rituales cotidianos. Cocinar, volver a mirar la materialidad de las compras, elogiar al trabajo doméstico como sostén de la realidad. Así, una mujer que vive sola encuentra en el fregado con lavandina una especie de elogio al jabón e inventa una utopía del alcohol en gel para poetizar la rutina. Otros salvavidas: sumergirse en filosofía —es lo que te abre la cabeza—, crear(te) un mundo imaginario, y armar una red virtual de sostén, como los mensajes diarios de Whatsapp.  En eso, también, consistió el encuentro con Luis Alberto “Beto” Quevedo, Eugenia Lagnone y más de 4000 espectadores que se vincularon el jueves pasado, pantallas mediante, a dialogar en un espacio-tiempo virtual sobre las geografías de lo sensible. El intercambio se enmarca en un ciclo de conversaciones, workshops, conferencias e intervenciones organizado en conjunto por la Universidad Nacional de Rosario y la Secretaría de Cultura: “Ciudades más humanas”.  Una reivindicación de la cultura como máquina de sentido: ese alimento que nos cohesiona y nos vuelve más humanos.
“Este es un momento de sentido para mí porque estamos juntos tratando de contar nuestras experiencias, sin calificar qué es lo académico, qué es lo humano, qué es lo doméstico y qué es lo poético. Podemos, aquí, estar libres y enmancipados”, compartía Chiqui casi al finalizar la charla. Durante una hora y veinte minutos se creó una comunidad en medio del aislamiento. Una de las tantas formas de demostrarnos que este paréntesis en el viaje de vivir tiene maneras de resaltar nuestra más profunda humanidad. “La pandemia nos enseña que somos naturaleza, que somos seres humanos, que tenemos estrategias para resistir”, asegura la invitada del encuentro. “Y a quienes están al frente de la resistencia, al personal médico, me niego a llamarlos héroes: están siendo menos omnipotentes y más humanos. Si esto no nos enseña, si quedamos vivos, a ser más humanos y a ser una sociedad más colectivista, hemos derrochado la experiencia”. 
Vitamina C(ultura)
La C es la protagonista. Una C tangible. Una C ejercitable. Una C de los sentidos.  Porque las geografías de lo sensible son culturales, y comparten comienzo con la Ciudad, el Cuerpo, la Conciencia, el Cariño, el Cielo, la Creación y la Convivencia.  Ciudades sensibles son aquellas que siempre te deparan una aventura, un momento maravilloso, enfatiza Chiqui conjugando sus deseos para la Rosario del porvenir con los ojos cerrados.
“El rosarino va al mundo y no dice soy argentino, dice “soy rosarino“: es como una verdadera urbanidad adentro de la urbe mundial”, afirma una rosarina de nacimiento, amante del Saladillo que la vio crecer. “Tenemos una vida urbana muy rica y un espacio público tremendamente ocupado por incidentes”. Incidentes que aparecen súbitamente tanto en la flânerie Benjaminiana del caminar como en la memoria de la paseante que hoy deambula la ciudad desde el recuerdo. Incidentes como encontrarse un piano público en medio de un pasaje, como conmoverse con una poesía callejera.  Admirar las paredes que devienen lienzos, con colores amalgamados en obras de arte efímeras. Artesanos mezclados con bares y pizzerías. Aromas, (des)encuentros, lugares secretos. “Que te sientes a tomar un café y escuches rapsodia bohemia o escuches a Mozart. Que te encuentres con alguien que hace mucho que no ves y te pongas a charlar. Que dejes que el tiempo vuele alrededor de tu cabeza, que pierdas el tiempo, que sientas en el cuerpo que el tiempo pasa en un bar, mirando la ventana, mirando la lluvia. Todos los lugares de encuentro y de reunión también son incidentes y son lugares donde el tiempo se despereza, donde al espacio lo sentís tuyo”. Es en esa apropiación de lo público, en ese conglomerado de intereses e imaginarios diversos que se constituye una colorida muestra de lo humano: la usina de significación central que nos da sentido a la vida. “Todos esos incidentes son momentos maravillosos, ¿y el momento maravilloso qué es? Felicidad. Es donde te sentís más humano. No luchamos por una sociedad de derechos, todos terminamos luchando por la búsqueda de momentos de felicidad”, asegura.
Hoy desaparecimos de los espacios públicos. Buscamos el sentido que nos mantiene vivos desde otro lugar, pero siempre en la cultura. Pausamos para (re)pensarnos. Y si, como recuerda Chiqui, lo que nos distingue como humanos es la capacidad de imaginar, de proyectar un futuro, es tiempo urgente de reivindicar nuestra humanidad. ¿Cómo crear una Rosario más sensible? ¿Cómo vincularnos desde el encierro? ¿De qué manera devenir mutualidad para hacerle frente como conjunto a las soledades y tristezas?  La pandemia de palabras confluye, a la tardecita, en una actividad regulada: la hora de la pregunta. Es lo que nunca te animaste a preguntar, es alimentar el rincón propio; tal como lo hace Chiqui al caer la noche, uniendo lápiz y papel en busca de respuestas en medio del silencio. Y la C se vuelve a delinear. Para devenir tribu, para que cada uno sea responsable del cuidado y este no se vuelva vigilancia, para ser menos narcisistas, más participantes y reconocernos en nuestras diferencias vamos a necesitar saber inventar lo invisible: va a haber que inventar una comunidad.

Periodista: Sofía López King