Un poema escrito hace 32 años en la pared del baño del Politécnico trascendió a todas las generaciones de mujeres que pasaron por la escuela. Este es el tercer capítulo de Historias Mínimas.

Paula Marull terminó en el Poli en 1991 y al igual que muchos de sus compañeros lo sintió como un duelo porque era su lugar de pertenencia y contención emocional en la adolescencia. “Mi vida era el colegio”, dice. Siempre le gustó escribir y sintió la necesidad de expresar lo que le pasaba en alguna pared de la escuela. A un día de terminar las clases, fue al baño, se subió a un taburete y escribió su poema, no lo firmó pero colocó el año. “Fue una experiencia medio clandestina”, confiesa.

Después se fue a vivir a Buenos Aires donde se dedicó al teatro. Durante la pandemia recibió un mensaje por instagram que le consultaba si ella había sido la autora de ese poema. Recién ahí se enteró de que todavía estaba vivo, que muchas chicas lo habían vuelto a escribir cuando pintaron la pared,  que si alguna letra se gastada la remarcaban, que durante más de treinta años las mujeres que pasaron por el Poli se emocionaban al leerlo, se lo aprendían de memoria porque se sentían identificadas y que incluso formó parte de un cuadernillo de Lengua. “Fue lindo saber que un sentimiento tan íntimo se replicó en tantas personas durante tanto tiempo”, expresa.

La búsqueda de la autora del famoso poema anónimo se debió a que la escuela tenía que hacer una reforma edilicia pero quería preservar este legado. Entonces, Paula volvió, lo reescribió con un soporte y marco de madera y quedó exhibido en la puerta del baño de mujeres. “Me emociona estar acá y volver a verlo”, asegura.

Cuando Paula hizo la secundaria había treinta varones y seis mujeres en los cursos por lo que el baño femenino era un punto de encuentro, de resistencia, un refugio al resguardo de la mirada de los hombres. Por eso no resulta raro que haya sido el espacio elegido para este poema: un lugar de intimidad y de libertad para ellas.

“Yo me sentía muy libre en el Poli, nos enseñaban a pensar, a tomar decisiones, a ser autónomos, a buscar la excelencia en el buen sentido y la empatía con los otros”, expresa y reconoce que todo eso que aprendió en la escuela son cuestiones fundantes de la persona que es hoy.

Dejar huella

Mariela Roveri terminó la secundaria en el año 93 y cuenta que no sólo le enseñaron matemática, física, química y dibujo técnico, sino a pensar, a cuestionar el principio de autoridad, a estudiar historia de varios libros porque “si la historia la escriben los que ganan quiere decir que hay otra historia”. Dice que  “fue un segundo hogar pero no sé si le daría la categoría de segundo, fue un hogar”, reflexiona.

Ella no sabía bien quién había escrito el poema del baño pero cuenta que las chicas estaban maravilladas porque cada palabra “describía lo que sentíamos” y por eso “todas nos lo apropiamos” y “no podíamos evitar llorar cuando lo leíamos”. Durante su último año de secundaria iban a leerlo todos los días al baño, al que define como “un confesionario”.

“Paula no se imaginó la huella que dejaba acá”, afirma y resalta: “Algunas personas no tenemos la capacidad para  transmitir sentimientos y cuando aparece alguien que la tiene, todos hacemos viva voz de eso”

María José Molinari empezó primer año en 1994 y leyó el poema por primera vez en el cursillo de ingreso el año anterior.  “Alguien me lo había nombrado y lo estaba buscando, sabía que me iba a gustar, fue una grata sorpresa leerlo”.

Dice que se lo sabe de memoria desde siempre y la parte que todavía más la emociona es  “porque cinco años te entregué enteros y si los tuviera te los daría de nuevo”. Cree que es una hermosa y sencilla manera de resumir un montón de sentimientos, experiencias, afectos, aprendizajes.

“Parte de mi corazón quedó acá y la mayoría de los egresados del Poli siente eso”, expresa y considera que fueron años maravillosos de unión, compañerismo en los talleres, en la doble escolaridad. Rescata la libertad y los valores que la escuela le transmitió, cuestiones por las que se siente orgullosa.

“Me acuerdo que ese poema lo tuve en una hoja dobladita en la billetera varios años. También en una época de mi vida dormía muy mal y me recitaba poemas para calmarme. A este recurrí muchas veces porque me trae una dulce melancolía, ternura, acompañamiento, que me sirvió en los momentos de insomnio”, cuenta. María José se emociona todas las veces que relata el poema, lo considera “una obra de arte” y “una reliquia de la escuela”.

Un refugio femenino

Emilia Previgliano entró al Poli en el 2004. La primera vez que leyó el poema fue en un cuadernillo que le dio la profesora de la materia Idioma Nacional. “Ella nos hacía aprender poemas de memoria y ese fue uno, todavía me acuerdo algunos fragmentos”, dice y aclara que significaba mucho porque “vamos construyendo una identidad acá adentro, de pertenencia, que después se lleva a lo largo de la vida.”

Tenía 12 años y le contó a su mamá: “En el Poli hay un poema escrito en la pared del baño”, sorprendida de que en la escuela se le diera valor a una expresión artística de este tipo. Al igual que sus compañeras, define al baño como un refugio. Si bien en ese momento los cursos tenían la misma cantidad de varones que de mujeres, había cuestiones de las materias más técnicas en las que el trato no era el mismo. Entonces, era el lugar para contarse secretos o lo que les pasaba durante tantas horas compartidas en la escuela.

Florencia Manasseri ingresó a esta escuela en 2008 y leyó el poema por primera vez en el cursillo de ingreso. En ese momento sintió que allí iba a encontrar “un hogar” porque el escrito habilitaba un sentimiento de identidad y de pertenencia a esa casa que es el Poli.

“El poema en el baño le daba marco a nuestra intimidad adolescente para hermanarnos con chicas de otros cursos, más grandes o más chicas”, reflexiona y afirma que se sentían identificadas con ese texto, lo que hizo que trascienda y hoy siga estando. Un verso del poema que recupera el momento que estaba terminando la secundaria junto a sus amigas es: “Gritaría fuerte que quiero quedarme” porque “una no se quiere ir de la escuela y después te das cuenta que nunca te vas”.

Graciana es estudiante de 5° año del Poli. Entró en el 2019 cuando se reabrió el baño y se volvió a escribir el poema en un mural que ahora está en la puerta del mismo. Esta actividad es una de las primeras intervenciones artísticas que surgieron con la creación de la comisión de género del centro de estudiantes. “Tengo grabado en la cabeza el acto que se hizo y el momento en que volvieron a leer el poema porque nos movilizó un montón”, resalta.

“El Poli es una casa, un lugar que te queda grabado en el corazón desde que entras. Circular el colegio, saber que es propio, que hay muchas coas que hicimos los estudiantes, es muy valioso y te hace sentir mejor”, dice y agrega: “Sentís afecto, confianza, comodidad con profesores, preceptores, compañeros”. Frente a los que le cuestionan ¿cómo podés querer tanto a tu colegio?, les dice: “Estoy orgullosa de venir no sólo por lo que representa la institución sino por el espacio que tenemos cada uno de los que estudiamos acá”, enfatiza.

Por llenar mi vida

de tantos amigos

de toda esta gente

que creció conmigo

porque este espejo

empañado del baño

nos vio hacernos grandes

año tras año

por hacer al menos

que siempre olvidemos

todos los problemas

que a veces tenemos

por todas las chicas

que en la despedida

me hicieron sentir

que llegaba el día

porque en cada mesa

 y en estos asientos

quedaron sentados

los más lindos momentos

porque en estas paredes

bajo los colores

escribimos los nombres

de aquellos amores

por aquellas tardes

frías de taller

compartiendo cosas

que no van a volver

porque desde estas tarimas

me hicieron sufrir

me vieron copiar

me oyeron reír

porque seis años

te entregué enteros

y si los tuviera

te los daría de nuevo

por eso no quería irme

sin primero hacerte saber

Poli cuánto te quiero

Si al menos creyera

que vas a escucharme

gritaría fuerte

que quiero quedarme

Si al menos supieras

que siento al mirarte

Te darías cuenta

que no voy a olvidarte 

Periodista: Victoria Arrabal/ Producción Historias Mínimas: Sofía López King y Karen Roeschlin